Terror en la luz.

El cielo es infinito para el pájaro entre rejas.

lunes, 6 de febrero de 2012

Espejos I. Sobre el amor.

Dicen que en tu alma se esconde algo. Acrílico, goma-espuma y celofán. Tal vez todo aquello que ni tú mismo sabes. Cuando interrogas tu existencia ante un espejo, es porque algo falta. Podría ser, simplemente, el hecho de tener hambre y existe una carencia en tu estómago. La digestión actúa como órgano vital de un proceso que empezará en el momento en que salgas del espejo y te dirijas al frigorífico. Pero tal vez suceda que la falta en tu ser sea de otro tipo, de otra materia, de una diferente realidad. Tal vez sea inmaterial e imprecisa, abstracta, surrealista, subterránea y amarga metafóricamente. Un traspiés, un símbolo, nada más. Algo irreal que presientes, que notas. Y el espejo, que refleja, que te refleja, tal vez solo esté devolviéndote tu propia imagen de lo que llevas en tu interior y que eres a veces, sin querer serlo, sin ser consciente de que lo eres. El espejo... Es fría capa de mundo reunido en otro. Material que ocasiona el choque perverso de la luz y la obliga a refractarse. Que no permite traspasarle, es más cínico, más duro. Es el caballero con el arma láser. La bomba nuclear cuyo núcleo mortífero está en nosotros mismos.
Probablemente nuestro reflejo sea mil caras al mismo tiempo, pues nosotros mismos hacemos las veces de espejo para con el mundo. Nuestros corazones simulan espejos. A ellos entran todos aquellos que nosotros permitamos que lo hagan, pero es cierto que, reflejarse, se reflejan todos. El grado de permeabilidad equivale a una constante que tras un largo periodo de tiempo queriendo alterarse, al fin lo consigue. Es un temblor de una membrana que todos nosotros, los humanos, poseemos en nuestra capa porosa que transpira en busca de miel. La miel, el amor, la pasión, los cuerpos. El corazón. El corazón, espejo que absorbe, que recoge a quienes le da la gana. Y uno se enamora justo en el instante en que el corazón actúa como espejo acaparador de almas. Pero tiene que ser mutuo.
Entonces, hay personas que juran haberse enamorado, sin embargo, sus corazones no reflejan nada más que una tonelada de porquería. La porquería de las mentiras, del miedo, de la sinrazón. Toda esa basura que alguien depositó al reflejarse en sus pequeños órganos granates que bombeaban sangre pura y que ahora es incluso verdosa... Débiles, grasientos, apagados, oscuros. Por mucho que sintieron, por mucho que trataron de verse reflejados en los espejos de los corazón de susodichos, no calaron. Entonces nadie, nadie logró colarse en los suyos. Y cuando se miran en los espejos repartidos por cada rincón del mundo, no ven más que acrílico, goma-espuma y celofán. Ni tan siquiera se ven a ellos mismos.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Se dice de ella.

Se dice que nunca encontró la estabilidad en medio del equilibrio atroz. Que la buscó y buscó en predeterminados ambientes trágicos y también en los más severos climas de pieles muertas. El resultado fue siempre el mismo: siempre el declive, siempre la sombra. Investigó, también, si daría buenos resultados morir en los intentos de un primer mes, cuando lo bello abunda y el Sol calienta por doquier. Entonces se enamoraba sin cesar; salía de una y entraba en otra, y así se pasó la vida. Se dice que, además, nunca amó sin miedo. La agorafobia de cada situación le produjo un incontrolable pavor hacia todas las personas del mundo, hacia cualquier fórmula de amor, hacia todas las personalidades que existen en este ambiente crítico y con riesgo a la agonía. Tira los dados, le da igual el resultado… Vuelve a empezar. Nada le sacia. Ni el queso, ni el chocolate, ni la canela ni el picante de Tijuana. Piensa que los individuos no somos más que una ilusión deprimente, un sprint final en plena carrera de fondo… Y se satura, claro. Porque tras esos segundos de gloria donde deja uno las entrañas, vendrá una calma absurda, un paseo por el cielo ya nublado. El equilibrio nauseabundo para ella. La normalidad estorba, lo tiene muy claro. Y por eso se refugia en sensaciones fuertes a sabiendas de que todo terminará, porque la vida misma se lo ha mostrado: nada permanece. Pero, también se dice, que ella no descansa. Que rebusca en el interior de todo el mundo porque así cree que encontrará en el alma de alguien un motivo para no rendirse jamás. Es incluso gracioso el modo de vivir que sigue. Es incluso placentero. Continúa en modo “on” su patrón del “o no”. Planea, como una turista en un país de fantasía, su forma de vida. Aplica sus costumbres a cada hombre, les incita, les pervierte, les enamora mil y una veces. Ya se va haciendo a la idea de qué es el amor para todos los demás y por eso intenta seguirles… Siempre de forma errónea. El amor, según sus principios, es Verdad. En ella existe el principio del fin de todas las cosas. Y se dice, al fin, que si nunca llega a encontrar dicha Verdad, vivirá eternamente en un caos de vicios y defectos, de desgracias y virtudes. Se atiene al malestar del después a tiempo para deshacerse de él y conservar, para apuntar en su pizarra de la nevera, esos momentos gloriosos que vivirá con mil y un hombres.